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Escribir es vivir

viernes, 4 de noviembre de 2011

EL VIAJE DE PEDRITO DESTINO A..........



Todo estaba preparado en casa. Las maletas cerradas y el bolso de mano con lo imprescindible para el viaje. Yo también preparé mi mochila en la que llevaba lo necesario para que el trayecto se me hiciera más corto. Era mi primer viaje en avión, y  los nervios de la incertidumbre se reflejaban en mis gestos. Un montón de preguntas se arremolinaban en mi cabeza desde que mis padres me dijeron que íbamos a realizarlo.
Mi amigo Juan, que ya había viajado en avión, me explicó lo alucinante que era ir por encima de las nubes. Me aconsejó que llevase a mano la cámara de fotos y sobre todo mi diario, para que en cada momento escribiera esas sensaciones. También llevaba algunas golosinas y un avión de juguete que desde pequeño me acompañaba a todas partes. Mi gran sueño era recorrer el mundo en avión, y para premiar mis buenas notas y buen comportamiento, mis padres decidieron hacerme ese regalo. Viajaríamos en avión hasta Orlando para visitar el mundo mágico de Disney.
_¿Todo listo, Pedrito?-Preguntó mi madre antes de abrir la puerta para emprender esa gran aventura- El taxi nos espera.
-Si mamá –respondí-, todo está listo.
El taxista era muy simpático y experto, pudo adivinar sin decirle nada que era mi primer viaje en avión.
-No tengas miedo a los aviones, chaval, te gustará la experiencia –me decía con tono socarrón.
Ya en el aeropuerto, cogimos un carrito para transportar las pesadas maletas, y nos dirigimos a la ventanilla de embarque par facturarlas. Aun faltaba una hora para que saliera el avión, así que nos fuimos a comprar unas revistas y a tomarnos un refresco.
Mis padres me preguntaban todo el rato que como me encontraba. Yo respondía que bien pero en el fondo estaba muerto de miedo, aunque contento por ver cumplido uno de mis sueños. Después de un tiempo en la cafetería, oímos por megafonía anunciar que los pasajeros del vuelo a Orlando podíamos embarcar. -¡Por fin! –grité con muchas ganas mientras apuraba de un sorbo mi refresco.
Los pasillos que llevaban al avión eran interminables, la gente caminaba con paso ligero, querían llegar los primeros y nosotros también aceleramos el paso contagiados por los demás. Tras salir por la puerta de embarque y después de un corto recorrido, llegamos al pie del avión, era impresionante verlo tan de cerca, parecía un pájaro sobrenatural que brillaba como un diamante por el reflejo del sol.
La tripulación nos esperaba al pie de las escaleras, las azafatas, los pilotos y los auxiliares, todos elegantemente uniformados con traje color azul cobalto. Las mujeres llevaban un pañuelo de colores anudado al cuello. Todos nos daban la bienvenida con una sonrisa.
Subimos la escalinata y justo en la entrada del avión otra azafata esperaba para acompañarnos a los asientos.
-¡Que chulada, me pido la ventanilla! –dije a mis padres mientras me acomodaba-
Empecé a inspeccionar cada rincón del asiento, y tal como me dijo mi amigo Juan dejé a mano el diario y la cámara de fotos. Miré a mi alrededor para ver si viajaba algún otro niño con el que compartir el largo viaje, y pude divisar, tres asientos por detrás del mío, a una niña rubia de ojos azules y a un chico algo mayor que ella, que me miraron con indiferencia. Los demás asientos estaban ocupados por adultos, algunos parecían ejecutivos, porque enseguida sacaron sus ordenadores. También había un grupo de abuelitos, todos con un pañuelo verde atado a sus cuellos, y con cara de querer pasarlo muy bien.
El asiento de delante estaba ocupado por una pareja de aspecto extravagante, no vestían de forma convencional, cosa que me llamo mucho mi atención. Lo que no me podía imaginar es que esa pareja iba a ser tan importante en mi primer viaje en avión.
Por fin se cerraron las escotillas. Una azafata tomó u micrófono y se colocó en medio del pasillo junto con las demás y comunicó en varios idiomas que nos pusiéramos el cinturón de seguridad, porque pronto íbamos a despegar. A continuación explicó cómo colocarse el chaleco salvavidas, mientras su compañera hacía la demostración siguiendo sus instrucciones.
Hice algunas fotos antes de despegar. Pude fotografiar un avión que se disponía a salir antes que el nuestro.
Por fin llegó la hora del despegue, y según íbamos tomando altura, todo empezaba a verse diminuto. Sobrepasamos las nubes que parecían hermosos algodones agolpados unos contra otros, y me dieron ganas de saltar y zambullirme entre ellos.
Acabábamos de despegar y ya había hecho más de cincuenta fotos. Mi madre, que estaba a mi lado, no tardó en dormirse. Había madrugado mucho para prepararlo todo y cayó rendida. Mi padre se puso a leer el periódico. Yo estaba cansado pero no podía dormirme, así que empecé a escribir en mi diario.
Cuando llevábamos tres horas de viaje, el hombre y la mujer que estaban senados delante de mí sacaron de su mochila un álbum de fotos y un cuaderno, y empezaron a escribir en él según iban viendo las fotografías…….. Como estaba un poco aburrido me acerqué a husmear para ver lo que hacían, ellos se percataron y con una sonrisa de cordialidad me preguntaron como me llamaba y el motivo de mi viaje. Conteste tímidamente, y les pregunté que si el álbum que llevaban era de su familia, a lo que ellos muy respetuosamente contestaron que no, y me invitaron a sentarme en un asiento libre que había junto a ellos para que pudiese ver las fotos.
Me dijeron sus nombres, se llamaban Carlos y Lorena, y su viaje no era de placer, sino de solidaridad. Un viaje donde iban a poner en marcha un proyecto para ayudar a los mas necesitados. En aquel alblum estaban las imágenes de niños que habían sido apadrinados por familias españolas, y a quienes llevaban diferentes regalos de su parte. Ellos hacían de intermediarios. Cada foto de aquellos pequeños tenía  una historia, las cuales me contaron detalladamente.
Según iban pasando las hojas, apareció la foto de un muchacho que ocupaba una página completa. Sería aproximadamente de mi edad, iba vestido con ropas viejas, y unos zapato que dejaban al descubierto sus dedos. Me llamó especialmente la atención su sonrisa, fue como si su mirada me invitara a conocerle para ser su amigo.
Carlos y Lorena se dieron cuenta y comenzaron a hablarme de él. Se llamaba Ernesto, era el mayor de siete hermanos huérfanos, sus padres murieron de tifus y él se hizo cargo de ellos con tan solo ocho años, cuidándoles y proporcionándoles alimentos que recogía de los basureros. Pero a pesar de tantas dificultades no había perdido su sonrisa,
Esta a la espera de ser apadrinado por alguien –explicaban- Con el dinero que reciba podrá dar estudios y alimentación a sus hermanos e incluso tener una vivienda.
Ya habían pasado siete horas desde que partimos de España pero se me paso el tiempo volando. Decidí volver a mi asiento y traté de dormirme pero no podía conciliar el sueño, porque mi cabeza no paraba de darle vueltas a aquellas historias que mis compañeros de viaje me habían contado. En especial la de aquel muchacho sonriente.
Después de pensar mucho en ellas, decidí que ya no quería ir a conocer Disney, que prefería emplear el dinero que íbamos a pagar por la estancia en el parque en apadrinar a Ernesto y a sus hermanos. Con todo ese dinero él no tendría que volver a rebuscar entre la basura y podrían vivir dignamente.
Estaba impaciente por que mis padres se despertaran para contarles mí decisión. Mientras desayunábamos les conté lo ocurrido mientras dormían.
-Me he hecho amigo de las personas del asiento delantero, son muy simpáticos y no van a Orlando, van a otra ciudad para ayudar a niños necesitados-relaté entusiasmado-. Tenéis que conocerles.
-Espera al menos a que acabemos el desayuno, hijo –decían mis padres para calmar mi impaciencia.
Por fin terminaron y les presenté a Carlos y a Lorena. Tras los pertinentes saludos y explicaciones  de su proyecto, mis padre me recordaron la suerte que teníamos por tener todo lo necesario para vivir cómodamente, pero lo que no se podían esperar, era lo que yo había decidido hacer.
-Mamá, ya no quiero ir a DISNEYWORLD.
-¿Cómo dices?-preguntó mi madre sorprendida-. ¿He oído bien, que no quieres ir a Disney? ¿Entonces para qué hemos venido hasta aquí? Y podías haberlo pensado antes ¿no? –refunfuñó.
-No mamá, he decidido que en vez de gastar el dinero en ir al Parque, quiero emplearlo en apadrinar a Ernesto, el niño dfe la foto, y a sus hermanos.
Mis padres no salían de su asombro, pro les pareció una muy buena decisión.
-Está bien hijo, si así lo quiere emplearemos el dinero en apadrinar a esos niños.
Renuncié a mi visita a los parques de Disney para ayudar a Ernesto y sus hermanos. Habría suficiente dinero para mantenerlos durante varios años. Ellos tendrían comida, vivienda y educación, y además yo ganaba un amigo en la otra parte  del mundo con el que compartir un montón de cosas.
Mis padres, después de hablar con Carlos y Lorena, me propusieron que les acompañásemos para conocer a los niños personalmente. Entre tantas alegrías y emociones, por fin me quedé dormido hasta que llegamos a Orlando, donde cogeríamos otro vuelo que nos llevaría a la ciudad donde se encontraban los muchachos.
Recogimos nuestros equipajes y sacamos un nuevo billete de avión, para viajar hasta nuestro nuevo destino. Tuvimos largas conversaciones en el aeropuerto, donde mis padres se informaron bien sobre la situación de esos niños.
Por fin anunciaron por megafonía que podíamos embarcar, esta vez, todo era distinto, ahora el viaje tenía otro sentido.
Una vez en el avión comencé a escribir una larga carta a Juan, contándole lo sucedido hasta el momento, lo hacía con gran alegría, aunque estaba seguro de que a mi amigo le costaría mucho entenderlol.
El avión era en esta ocasión más pequeño y no iba lleno, se notaba que al lugar donde nos dirigía no era un destino turístico. El viaje duró un par de horas, y al igual que en el anterior vuelo, estaba atendido por simpáticas azafatas que constantemente nos preguntaban si necesitábamos algo.
Por fin llegó el momento de aterrizar. Estaba nervioso porque iba a conocer a Ernesto y a su hermanos, y encima les llevaba buenas noticias. Cogimos una guagua, -como llaman allí a los autobuses-, que nos llevó a un humilde hotelito cercano al poblado donde vivían.
Tras descansar un rato y darnos un baño, pregunté a mi madre si podía regalar a los niños algo de mi ropa. Ella contestó afirmativamente. También preparé unas chocolatinas y caramelos que había comprado en una tienda del aeropuerto antes de partir.
Nuestros amigos vinieron a buscarnos para acompañarnos al poblado. Fuimos caminando pues no estaba demasiado lejos. Según nos acercábamos, se oía el bullicio de los niños. Cuando nos vieron llegar, pararon sus juegos, salieron corriendo hacía nosotros y se encaramaron al cuello de Carlos y Lorena a quienes ya conocían de otras veces. Sabían que ellos les llevaban una esperanza de vida.
Al fondo, entre unos matorrales, apareció Ernesto eguido de sus seis hermanos que se acercaron tímidamente. Carlos y Lorena les explicaron ewl motivo por el que estábamos allí, y Ernesto primero me miró con una sonrisa de oreja a oreja y después me abrazó con fuerza. No paraba de repetir <<Amigo, amigo, amigo…>>. Mi madre visiblemente emocionada, se agachó para abrazar a los seis pequeños, que enseguida se agarraron a su cuello llamándola madrina…
Vivimos una semana muy intensa y gratificante. Ayudando a aquellos niños y conviviendo con ellos. Aprendí a valorar aún más todo lo que tenía. La vida de Ernesto y sus hermanos mejoró gracias a mi decisión de cambiar la magia de Disney por experimentar la realidad de la vida..
Ahora estudio duro para hacerme piloto, y sueño con pilotar un avión al que pinso llamar: El Avión de la Esperanza.
FIN

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